¡Tierra!
Irene Fernández Romacho

—¡Tierra!, ¡tierra! —gritó el vigía desde el carajo.

Llevaban años en aquella masa interminable de agua. El hambre y las enfermedades se habían cobrado ya varias vidas, algunas de las mujeres más fuertes habían muerto, otras habían parido hijos sanos, pero no sobrevivieron todos. Muchos de los hombres habían visto el abandono paulatino de sus fuerzas y no se sentían ya útiles. También murieron.

Salieron de su tierra porque podían, había llegado el momento. Algo desde dentro los estaba obligando a explorar. Intuían que había otros mundos más allá del suyo, y sentían una ineludible necesidad de ensanchar sus vidas. Habían desarrollado y perfeccionado el arte de la navegación, pero fue su inquietud la que los empujó a la expedición. La prepararon durante años. Muchas personas de la tripulación habían nacido prácticamente dentro de los barcos aún armándose, y ahora viajaban con sus hijos.

Familias enteras cosedoras, cabistas, agriculantes, guardadoras de carga, cubiertistas, maquineras, tiempantes, leyatras, leedoras, licoristas, timonentes, mastileras, enfermatras, cocinistas… Y un músico con quien todos cantaban.

Llevaban huertos a bordo, sobre unas plataformas de madera especiales. Llevaban animales. Un telar, una prensa de letras, tinta, tambores y flautas, vino, pinturas de cara. No llevaron las lanzas.

Todas las mañanas se alternaban en dos grandes grupos, en cubierta y en la bodega. En la bodega se improvisaban recuerdos del pasado. Hablaban de alguna vereda que conducía a algún lugar común, la describían como viéndola; que desde tal montículo el sol se escondía más lindo; que, bajo aquel árbol, mejor podía oírse el viento; que, cuando amanecía, el anchurón del camino era un papel donde escribir los pasos. Leían versos, decían historias, cantaban cuentos… recordaban a la gente que había quedado allí y a quienes ya eran fondo marino. No podían olvidar. Era un pueblo sabio de pasado. En cubierta se hacían planes de futuro. Ensayaban canciones, se lavaban la cara, colgaban figuras de sus manos, se adornaban, inventaban pasos de baile, conjeturaban sobre lo que iban a hallar, practicaban saludos, perfeccionaban el amor. Era un pueblo hambriento de futuro.

—¡Es brillante!, ¡todo emana una luz dulcísima! —siguió gritando el vigía.

Conforme se acercaban, el sonido de guitarras y cantos se iba adueñando de sus alegrías. Distinguieron voces adultas, de mujeres y hombres, de niños; el tañido de unas campanas, y unos sonidos agudos, penetrantes, con los que el músico lloró. Se vistió el tambor y acompañó felizmente lo que oía.

Desde tierra escucharon esos ritmos, el compás perfecto que encajaba en sus guitarras. Minutos después los divisaron en el horizonte. Todo el mundo se agolpó en las playas, curiosos, expectantes.

Al llegar, los ayudaron a bajar de los barcos. Se abrazaron. Los médicos hablaron con los enfermatras, y condujeron a los más débiles a las casas de cuidados. Los agriculantes fueron acogidos por familias campesinas, y se intercambiaron semillas. Las familias cosedoras trasladaron el telar hasta las casas costureras, y desde allí se tejieron las nuevas prendas de ropa, mucho más coloridas. Leyatras y juristas hablaban sobre cómo resolvían enfrentamientos cada pueblo. Licoristas y taberneros, leedores y docentes, tiempantes y relojeros, cocinistas y cocineros, timonentes y cocheros, cubiertistas y limpiadores… Se perfeccionaron todos los oficios. La música brilló mucho más. La lengua se enterneció, las palabras se multiplicaron, se diversificaron los hijos. Corría el año 1492, su año 4 de la Era de la Partida. Habían descubierto Europa.

4 comentarios en «¡Tierra!<br>Irene Fernández Romacho»

  1. Una história que te abduce hasta su fin, rica en palabras, en matices, en sentimientos.
    Mucho tiempo esperando un relato de Irene y, ¡por fin!, como no podía ser de otra manera, me llena de ganas de leer un siguiente.
    ¡Muchas felicidades !

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    • ¡Gracias, Olga! Me das ánimo para continuar. Fue una buena idea que me empujarais (tú también) a buscar algún taller de estos. La verdad es que son fantásticos mis profes y me han ayudado a encarrilar la apasionada y casi necesaria tarea de escribir. Reiteradas gracias.

      Irene

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  2. Qué precioso relato. Lo encontré casi por casualidad. Imaginación teñida de ternura, palabras inventadas y una historia que no puedes abandonar. Una escritora novata te da las Gracias. ¡Cuánto que aprender!

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    • ¡Gracias, Teresa!, y más novata soy yo, ja, ja, ja. De verdad, gracias.

      Irene.

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