Esta vida es demasiao
Elías

En el cenicero metálico, se acumulaban las colillas tiznadas de carmín. A su lado, también sobre la mesa de centro, se levantaba una botella de Martini rosso vacía junto a otra medio llena. En un plato se mezclaban el agua y los hielos.

Asun esperaba a la anfitriona, sin saber exactamente cómo comportarse. Cogió la copa, pero la dejó de nuevo. Se llevó el cigarro a la boca y fumó sin ganas. Miró el retrato sobre la librería: la foto de bodas con Manolo. En la foto se veía cómo él la atrapaba con rudeza por la espalda. Eva sonreía forzada a la cámara.

—¡Por fin se ha dormido! —dijo Eva al entrar en el salón—. Te juro que es mejor no tener hijos.

Asun echó la cabeza hacia atrás y se rio divertida.

—Te has cambiado el color —preguntó Eva.

—Sí, me puse un tinte rojo hace un par de meses y estoy repitiendo desde entonces.

—Te queda bien. —Cogió la botella y volvió a servir.

—Eva no me eches más, en serio, tengo que conducir.

—¿Sabes a quien me encontré el otro día? —dijo ignorando el comentario. Se quitó las sandalias y, de un saltito, subió al sofá dejando caer los pies con gracia sobre el cojín.

—No me asustes.

—No. A ese no. A la Yoli. ¿Te acuerdas cómo se quedó después de aquella época?

—Le faltaban algunos dientes ¿no?

—Pues ahora tiene una dentadura blanquísima. Se ha puesto tetas y se ha operado los labios. Estaba guapísima la tía. —Eva se juntó los pechos y puso morritos antes de la siguiente calada. Asun rio a carcajadas.

—Si es que me tendría que haber buscado un camionero como vosotras. Al menos no estaría tan sola. —Asun se quedó mirando la foto. A Eva, que buscaba el objeto de la mirada de Asun, se le ensombreció el gesto.

—¿Eso? No sabes lo que dices. Esto es una jaula de oro. ¿Tú sabes lo que es no tener a nadie con quien reírte? Creo que me ha hecho reír dos veces en mi vida, cuando me pidió matrimonio y la noche que me quedé embarazada. Te lo juro. Es un zoquete integral.

—¿Es que no quieres a tu Manolo?

—Me acuerdo de cuando teníamos veinte, Asun. Todos los días me acuerdo. Del billar, de la calle, de montarnos en la moto con los más malos por coraje. ¡Eso sí era vida! Lo de ahora es una espera a no sé qué. ¿Sabes lo que me dice el otro día mi marido? Que está deseando jubilarse para hacer eso del IMSERSO.

—Mujer, eso es que piensa en ti hasta que la muerte os separe.

—Pues eso es lo que me preocupa. Y ¿sabes lo peor?, que se cree que me tiene loca. Yo le sigo el rollo porque si no se engrisece y se pone inaguantable.

—¿Sabe lo del Robe?

—No. No lo sabe. Sabe que tuve un novio chungo pero no le he dado más detalles. Es mejor así. Cree que he llegado hasta él por selección natural o algo de eso. El muy idiota. Si le digo que estuve con un poeta, piensa «claro, es que era demasiado sensible para ti» y así con todo. Si le digo lo del Robe lo hundo. Sabe que estuve con uno de Vallecas pero no pregunta más, y como en mi casa es tabú, ahí se ha quedado el tema.

—No sé, Eva. Tu Manolo será lo que quieras, pero a ti te ha venido bien. Imagina que no le hubiera pasado aquello. Tú ahora estarías donde “Las Grecas”.

—Pues mira. ¿Sabes que te digo? Que no sé qué es peor. ¿Sabes lo que me decía el Robe cuando íbamos al cine? Después de darnos el lote, se metía en la peli y se ponía a llorar sin poder evitarlo y me decía en voz muy bajita «Flaca, por favor, no se lo digas a nadie», y yo me reía, no porque lo hiciera para hacerme reír, pero es que tenía gracia. ¿Sabes?, sin quererlo te hacía reír. Y entonces él se reía también.

—Si eso está muy bien, pero tú sabes dónde acaban los macarras como él.

—Un día, me acuerdo perfectamente, le dije: «o acabas con esta vida o no me vuelvo a montar contigo en un coche». Y ¿sabes lo que me dijo? «Me pides demasiao, flaca. Yo eso no lo puedo controlar. Soy así. Y yo no te voy a mentir». Yo no lo quería cambiar porque me gustaba así.

—La gente así nunca cambia.

—El mismo día que lo pillaron me llamó por teléfono y me dijo: «Flaca, hoy salgo por la tele fijo. Que sepas que te quiero mucho, y que esto lo hago por no darte mala vida. Búscate un camionero o un dentista, princesa» y colgó y supe que era verdad, y noté que algo se me rompía dentro. Si pudiera, montaba a Manolo y al niño en su camión por estar con él cinco minutos.

Asun descruzó las piernas y se acercó hasta la mesa en busca de la botella. Sirvió con generosidad las copas. Encendió un cigarro que ofreció a su amiga y otro para ella. Eva lo cogió sin dejar de mirar el infinito por miedo a romper en llanto, dio una calada y sin cambiar la dirección de la mirada preguntó.

—¿Crees que soy mala persona?


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