Historia para una foto
Cristina Garrido

Fíjate en la pareja. Parecen dormidos. Es curioso. Fueron pocos, muy pocos, los que realmente los vieron teniendo en cuenta todos los que pasaron frente a ellos.

Sobre las 17:19, el niño que, a remolque de la mamá que siempre va con prisas, trotaba a clase de música. Los vio. Seguro que deseó poder sentarse a merendar aunque fuera junto a aquella gente tan, tan vieja del banco. Pero la carrera de la madre no le dejó mucho tiempo para cavilaciones y engulló el plátano mientras la alcanzaba a saltitos. Se notaba a la legua que no le gustan las clases de música. O estaba cansado ese día.

Justo después, la paloma que sólo tiene un ojo, cuando constató que no se movían, se acercó cautelosa y empezó a picotear sus zapatos con golpecitos tímidos, rítmicos, pero insistentes, como los que se dan cuando se llama a una puerta con la seguridad de que alguien nos abrirá. Esperaba las migas que ellos le daban. Serían de magdalena, como siempre. Estarían buenísimas. Esa paloma es bastante lista a pesar de su tara.

A las 18:23 los miró la chica del quiosco de prensa que, justo ese día, gimoteaba al ver a los dos abuelos que cada tarde venían a descansar y darles de comer a las palomas en el banco del estanque. ¿Quién la iba a querer a ella cuando estuviera tan arrugada como esos dos? No había novia que le durara ni un par de meses. Dejó de mirarlos al segundo timbrazo de su móvil. Dos likes en su Tinder y cerró el quiosco.

Alrededor de las 19:02 más o menos, el negro que vende pañuelos de papel en el semáforo de la esquina levantó la mano para despedirse de ellos a lo lejos. Ellos no. Sobre esa hora, en vez de volver a casa cruzando el parque, cogió el bus porque se le había dado bien el negocio. Tardó tres días en enterarse de la noticia. Al echarlos de menos. Ellos sí que le daban una moneda y rehusaban quedarse con los pañuelos. Buenos clientes. Una lástima.

A los diez o quince minutos un mendigo nuevo en el barrio los vio también mientras deambulaba con sus cartones y su manta buscando un buen sitio donde dormir. Le había echado el ojo a ese banco precisamente. Los observó un buen rato. Tan quietos, a la edad de ellos… Como dos pajaritos estaban. Dejo sus trastos detrás de un seto y salió a buscar a alguien que llamara a la poli para que desalojaran el banco. Un no parar. Por último, el agente de la policía local que no pudo resistir la tentación de hacer esta fotografía mientras su compañera avisaba a la autoridad judicial competente para certificar la muerte y levantar los cadáveres. Acaba de ganar los tres mil euros del X Certamen fotográfico de la Fundación Caja Rural de Granada. Fíjate en la pareja. A veces las cosas no son lo que parecen.

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