Suelta nudos cuando nadie la ve
en el azul inmortal de sus brazos,
y en sus aguas, sin promesas ni plazo,
entrega las culpas y algún porqué.
«Son muchos los cielos que atravesé,
demasiados caminos los que trazo,
y en el vaivén sagrado de tu abrazo
yo te ofrezco lo que soy y lo que fue.»
La garganta marina en el ocaso
acoge sus palabras y la llama
sin miedo, y la mujer, agradecida,
en manos de la luz, no del fracaso,
se hunde en la lengua azul que la reclama
amando igual la muerte que la vida.