Priya
Víctor Aldaya García

Noviembre. Norte de la India. Una mujer sale por la puerta de Urgencias del Hospital General de Jaipur. Amanece. Las lágrimas resbalan por su rostro, confundiéndose con la lluvia. Hace frío. La mujer se ajusta el sari y cruza la calle esquivando los charcos que le devuelven su reflejo distorsionado. Lleva los puños apretados, al igual que los labios. Anda con esfuerzo inclinada hacia delante para oponerse al viento. Camina sin rumbo, negando con la cabeza. CHAS, CHAS, CHAS. Sus pies ya no esquivan los charcos. Vuelve a cruzar la calle. Un rickshaw le pasa rozando. El conductor le grita. Ella no contesta. Ya no esquiva los vehículos. Va andando por mitad de la calzada en medio del creciente tráfico. La mirada perdida. El sari abierto. Se para. Mira al cielo y abre las manos. El grito rasga el estrépito de la calle y, por un instante, lo hace silencio. La mujer cae de rodillas en el suelo. No ve el autobús que se acerca por detrás. El frenazo en el último momento no evita el golpe. El viento amortigua el ruido sordo del impacto. El conductor sale corriendo del autobús y se lleva las manos a la cabeza. La mujer yace con el sari desecho en un charco carmesí. La lluvia golpea suavemente su vestido. PLIC, PLIC, PLIC.

Sonríe.

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