No por cotidiano deja de ser especial. Algo a lo que no daba importancia, a partir de este momento, es todo un ritual de alegría y temor. Dos emociones que muy raramente van tan unidas, ¿Cómo un sentimiento de alegría, esperanza y dicha, se podía convertir a la vez en miedo, duda o angustia?
Algo externo está cambiando a mi pesar. Busco en mi interior sensaciones sencillas que me aíslen del mundo exterior. Me noto otra persona y salgo a la calle para preguntarme o afianzarme en mi pregunta: ¿Lo demás también ha cambiado, o, solo los seres humanos hemos cambiado? Ya en la calle miro a los árboles y los veo verdes, frondosos y en crecimiento como corresponde a la estación en que estamos, la primavera. Los pájaros y otras aves canturrean alegres ocupando un espacio vedado a ellos, otros años. Una paloma se posa en la farola, mueve sus alas como queriendo sacudirse de algo que le esclaviza, mira a ambos lados y con tranquilidad se acurruca. Es como un espectador que sentado en el sillón de su terraza intenta dar soluciones a la sopa de letras que se le atascó. Lo miro, es solo una excusa ―pienso―, para justificar su necesidad de observar sin ser visto, a los demás. Cómo nos gusta a los humanos observar sin ser observados, ni vernos sorprendidos: tropezones por no mirar al suelo, una madre que pasea el carrito de su niño a la vez que le pregunta si quiere un potito o una galleta. Dos personas hablan a voces después del paseo, se cuentan su historia pero no se escuchan, no les da tiempo a asimilar el rio de palabras que salen de sus bocas demasiado tiempo en silencio.