Personas en gris
felisa Rivas

Aquellos bloques de pisos de fachada gris, descolorida y sucia, eran los últimos que se resistían a las nuevas construcciones, que como setas brotaban de la tierra, y en pocos meses poblaron el lugar. Los inquilinos, como quijotes al viento, hacían oídos sordos a las ofertas tentadoras de las constructoras y bancos, dispuestos a todo, por tal de edificar sin límite.

Allí, en uno de esos bloques pasamos nuestra juventud. Llegamos a la ciudad, como muchos otros, con la ilusión de una vida más próspera  para  todos. Nuestros padres trabajaron duro para sacarnos adelante, al igual que todos los demás padres de familias que allí vivíamos. La calle, sin asfaltar, era el campo de batalla donde aprendimos los valores de la vida: esfuerzo, sacrificio, solidaridad, derrota, alguna que otra pelea…

 Vivíamos en un tercer piso sin ascensor entonces era un lujo solo para una minoría. Todos nos conocíamos y las diferentes provincias españolas estaban allí, representadas en ese micro mundo. Éramos un pueblo de aluvión. Y, hoy me sigo preguntando ¿qué es España?, ¿un ser?, ¿una entidad única?

Allí, no se hablaba de España, solo de trabajo, ahorro, economía… ¡Ay!, las noches sin dormir, el trabajo de dieciséis horas. Mi madre  planchaba ropa de otras personas más afortunadas que creían en un mundo de su propiedad. Mi padre se iba de noche y volvía de noche. Mi hermana y yo veíamos cómo envejecían sin permitirse un descanso, con la mirada puesta en nosotros. Nuestra riqueza era el trabajo y el cariño que nos teníamos  todos.

 Hoy mis padres viven en un piso mejor, el cual mi hermana y yo les compramos con el ahorro de nuestro trabajo. Era lo mínimo que podíamos hacer por ellos. Una asistenta los cuida. Viven cerca de nosotros. Para mí son un referente que no quiero olvidar y  no caer en esta sociedad consumista. Y a mis hijos les intento inculcar los mismos principios que nos dieron con su ejemplo. No desfallecieron a pesar de todas las tentaciones que se les presentaron.

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