Al otro lado del mar
Amelia Retamero

Todo es negro a su alrededor. Solo las estrellas son agujeros de luz por los que se cuela su esperanza. Las olas le muerden la boca y la nariz. Los ojos le pican del salitre. El agua está muy fría y tiene miedo, mucho miedo de hundirse en ese columpio de acero que es el mar. No quiere convertirse en una cifra, en un cuerpo hinchado y varado en cualquier playa. Desfallece, quiere gritar, está a punto de perder el sentido.
Hace dos años que salió de su casa, sin despedirse de nadie. No quería ver a su madre llorar. Se fue sin hacer ruido, con la luna y las estrellas por compañía. El paraíso lo estaba esperando al final del trayecto.
Ha pasado infinitas noches atravesando campos, montañas y valles. Ha trabajado en países tan míseros como el suyo para ganarse unas monedas o a cambio de una sopa caliente. Él, que era un privilegiado en su pueblo, que había ido a la escuela y estaba a punto de entrar en la Universidad. Pero, ¿y sus hermanos? ¿Y su madre?
Ha conocido a muchos jóvenes como él en busca del sueño que muestra la televisión. Ha compartido con ellos el hambre y el pan, el miedo y la esperanza. Le han dicho que en Europa todos son ricos, que te dan dinero, que las mujeres se enamoran de ti, que es una fiesta permanente para disfrutar con los amigos.
Hace meses que ve desde la loma, allá en el valle, un tapiz de luz todas las noches. Apenas lo separan de él unos pocos metros. Pero una valla hecha de puntas de cuchillo le corta el camino. Y hay guardias y perros hambrientos.
Anoche le dio todos sus ahorros a unos tipos que lo llevarán al otro lado del mar.

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