Privilegios
Merilú

«Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derribado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa»

ALBERT CAMUS

Pedro Roque olisquea la entrada del burdel como un sabueso. Hace poco ha pasado aquí algo. No termina de descubrir qué.

Lo recibe la Madam y lo lleva, a través de un largo pasillo, a ver a las chicas. Roque es vendedor de seguros. Su vida es pura rutina y él sólo un comercial aburrido que sueña con amores de novela. Pero aquí está, en el burdel, entre excitado y avergonzado al mismo tiempo. Buscando un rato de placer que lo aleje de su propia miseria. Una diversión, un oído amigo que escuche sus chorradas. Echar un polvo. 

Pedro tose y carraspea. Le falta el oxígeno. Es el aliento de la galería, sexo poco ventilado mezclado con pachuli y tabaco. No sabe qué es el pachuli pero está seguro de que ése es el olor. Bueno, ése o algo de alcohol derramado por el suelo.

Las chicas son muy atractivas. Maquilladas y bien desvestidas. «Perfume a flores salvajes», piensa Roque mientras les roza el brazo al pasar. Podría tratarse de chicas modernas, libres, que follan cada día por diversión y además sacan algo de dinero. Es tranquilizador para Pedro dejarse llevar por la fantasía. Quiere echar un polvo y no sentirse culpable. Él tiene derecho y ese derecho se lo da su dinero. Todo el mundo tiene un precio. Todo está en venta. Él mismo se vende a diario mintiendo para obtener clientes. Mentiras piadosas, que no le hacen ganar nada al cliente, pero con las que Roque se apunta un tanto. Jugar con el miedo y saber manejarlo. En realidad, se avergüenza de sí mismo, pero prefiere no saberlo.

Le ha gustado una morena de edad imprecisa. Se acerca y la invita a tomar algo. Ella le está mirando con una media sonrisa forzada.

«Yo no quiero irme contigo. No me gusta que me toques. En realidad, me repugnan tus sonrisas, me asquean tus jugueteos, tus manos, tu aliento, pero he aprendido a ser buena actriz. Voy a decirte que sí. Voy a pensar en otra cosa y va a ser como si no estuviese pasando», piensa ella algo decaída.

―Entonces…tú dirás dónde me llevas ―dice él acercando su cara al rostro de ella.

Bea rechaza ese acercamiento moviendo la cabeza para atrás de forma instintiva.

―Claro, claro ―responde, tomándolo del brazo― vamos a ir a mi cuarto ―toma aire―,  ¿te parece bien?

Roque se deja llevar. Se siente animado, tiene muchas ganas de follar y la chica está bastante buena. Buen culo y buenas tetas. De cara no tanto, tiene una expresión un poco… entre aburrida y cansada. Pedro las prefiere más entusiastas. Alguien ha vomitado en las escaleras. Lo rancio del hedor impregna las paredes y contamina lo bucólico de la fantasía de Pedro. Ya han llegado a la habitación. Ella se desviste deprisa y se queda en ropa interior. Él le pide una mamada para empezar. Se saca la polla. Ella le pide que se lave primero. Un pensamiento asalta a Pedro. Ya sabe qué pasó en la puerta. Olía a la orina de los perros que pasean por la calle. Cómo se le pudo pasar por alto.

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