Victoria
Zahíra Gómez

Victoria apura el café de un sorbo con los ojos medio cerrados y con un tedioso dolor de cabeza que la acecha cada vez que tiene que doblar turno en el hospital. El sol radiante que entra por la ventana de la cocina le recuerda que detesta la primavera y, como un aviso, ilumina el rosal recién florecido de la terraza, aquel rosal escarlata que plantó su madre cuando asesinaron a su padre en el atentado de la plaza de Callao y que, resignada, prometió seguir cuidando con esmero. Ha pensado en deshacerse de él en más de una ocasión, pero el peso de la promesa a su madre siempre la ha frenado en el intento. Hace días que los periódicos anuncian el veinticinco aniversario de aquel fatídico día en el que le arrebataron a su padre, pero ella sigue sintiendo la misma rabia de los primeros momentos.

            Llega al trabajo tarde y malhumorada, sabe que le esperan dieciséis horas intensas. Como una autómata se cambia de ropa mientras sus compañeros cotillean de un nuevo ingreso en UCI, un recluso de alta seguridad que ingresó la noche anterior con un aneurisma cerebral. La curiosidad le mata y se acerca al box del mediático paciente, entre tubos y aparatos, Victoria reconoce aquel cuerpo inerme y con el rostro pálido y desencajado cae al suelo desmayada.

            Victoria regresa a casa con el pretexto de no encontrarse bien, se siente incapaz de atender y procurarle cuidados al asesino de su padre. Puede cogerse unos días libres, inventar cualquier excusa para que le den una baja, cualquier cosa con tal de no tener que estar frente a él. Piensa en todo el daño que les hizo y en lo fácil que sería desconectar una de las máquinas que lo mantienen con vida. Un ínfimo segundo y pondría fin al duelo en el que se ha convertido su existencia.

            Victoria recorre con decisión los pasillos que conducen a la UCI y entra al box con la medicación de Txabi, quien se debate entre la vida y la muerte. No le provoca ningún miedo, se acerca y le susurra al oído: «Parece que todo lo que he hecho en mi vida me ha llevado a ti». Sonríe y pulsa uno de los botones de la máquina a la que está enchufado. Ahora, puede deshacerse del maldito rosal, cortarlo de un tajo y llevarlo a la tumba de su difunto padre.

1 comentario en «Victoria<br>Zahíra Gómez»

  1. Me gusta mucho el ritmo del relato. Pienso que va acorde con la intensidad del sentimiento.
    Me hace reflexionar su antagonismo ante el dolor, como su pereza del principio es marcada por la angustia, siendo esta despejada cuando actúa.

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