A Beatriz, mon amour
Escritora Ocasional

Rabia, coraje, desazón: todo esto sintió Ana en aquel preciso instante en que se estaba poniendo su bikini nuevo, para ir a la piscina del pueblo de al lado, con sus primos, cuando observó aquella enorme mancha que cubría su ropa interior y que la dejó paralizada por un momento. En seguida supo de qué se trataba, y no porque su madre la hubiese informado y preparado para ello; sino porque le había venido a la mente el último capítulo que había visto la semana anterior de su serie favorita de televisión: “Verano Azul”.

Al igual que Bea, la protagonista del capítulo, se había hecho mujer y lo primero que hizo Ana, igual que hizo Bea, fue llamar a su madre que se tomó su tiempo en aparecer, ya que la casa estaba llena de gente. Como cada verano, aterrizaban los tíos y primos que vivían fuera y venían a casa por vacaciones a pasar el mes de agosto.

«¿Era mi hermana mujer cuándo nació? ¿Era mi hermana mujer hace un año? Y ayer, ¿era mi hermana mujer?» preguntaba Tito en la serie a sus amigos, todo el rato, en la playa. Igual que Ana se preguntaba, en ese momento de soledad en el baño y sentada en el retrete a la espera de la llegada de su madre: «¿Ya soy una mujer? Y entonces, ¿antes qué era?».

Según había dicho Tito en aquel capítulo «lo de antes ya no servía». Pero a diferencia de Bea, que no se bañaba porque según ella tenía un catarro, Ana no pudo disimularlo ante su gran familia, ya que a su madre se le escapó, y lo dijo. No hubo lugar para la discreción con todo aquel jaleo que había en su casa. Y tuvo que ir sorteando las risillas de felicidad de los adultos y la atenta mirada de sus primos.

Por suerte Ana pudo ir a la piscina, pero con el letrero en la frente que informaba de que no se podía bañar porque tenía “la regla”. Aunque uno de sus primos, algo bobo, le preguntó dónde la guardaba; pregunta que provocó la risa de los más mayores, pudo disfrutar como Bea, de su día de piscina y de sus consiguientes días de agosto. Aunque, claro, con una serie de matices: prohibido bañarse en la piscina porque el cloro podía ser perjudicial, nada de nadar en el mar porque el agua estaba muy fría y la regla podía «cortarse”, no ducharse con agua demasiado caliente porque sangraría más, ni lavarse los pies porque se podía cortar “la regla” y un largo etcétera de normas higiénicas que Ana intentó, como pudo, cumplir a rajatabla. 

Y así, como a Bea en aquel capítulo de “Verano Azul”, sus amigos la arropaban cogiéndola de la mano y paseando por la playa a la vez que recitaban aquel bonito verso: «Que ni el viento la toque, porque tiene pena de muerte, el viento si la toca».  Ana también pudo disfrutar con sus primos de un gran día de piscina, aunque eso sí, sentadita en la tumbona con sus pantalones cortitos y luciendo toda orgullosa la parte de arriba de su bikini nuevo. Y con la atenta vigilancia de sus primos que la observaban todo el rato desde el agua como si fuese un bicho raro. Pero eso sí con mucho, mucho amor.

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