Gustavo y Sofía
―La casa tiene que venderse Sofia, no hay más discusión.
―La casa no va a venderse y óyeme bien lo que te digo: ni se te curra pensar que vamos a vender la casa después del empeño y el trabajo que hemos invertido en ella. Es de locos vamos.
―Esta casa tiene algo que no me gusta y te lo dije desde que entramos, y lo que ha pasado de ultimas debería de dejártelo bien claro. Ya se que hemos invertido mucho dinero, pero en los cinco años que llevamos aquí, ¿podrías decirme solo una satisfacción que te haya dado este lugar? ¿Podrías decirme un solo momento en que hayamos sido completamente felices aquí?
―Mira Gustavo no puedo creer lo que dices de verdad, hemos sido muy felices aquí, si, hemos pasado dificultades y es verdad que la casa tiene cierta aurea, pero de ahí a querer venderla solo por que hayas escuchado algunos ruidos por la noche me parece una soberana estupidez.
―No es solo los ruidos Sofía, es el niño, el niño esta rarísimo desde que nos vinimos aquí, ¿no te das cuenta?
Toda esta conversación tenía lugar en el coche, mientras se dirigían a cenar en casa de Enrique y Carmela, que no tenían los problemas que tenían ellos, su vida era más sencilla. Sofía no podía creer en lo que se había convertido su marido: en un ser asustadizo y supersticioso, lleno de miedos y paranoias y él a su vez no podía creer que la mujer que tuviera en el asiento de al lado fuera la misma mujer con la que se casó. Antes dulce y considerada, ahora era fría y distante, solo pensaba en el dinero que se habían gastado en la casa, pero no pensaba en el gasto personal que aquello les estaba causando.
Y luego estaban los ruidos. Los ruidos que no cesaban por las noches y que solo él pareciera oír. Esos ruidos lastimeros, ese chirriar, lo atosigaban día y noche y mientras, ella dormía e incluso roncaba, y lo tachaba de loco.
Y el niño. El niño estaba rarísimo, no desde que llegaron a la casa, eso era cierto, pero en el último mes…el niño no estaba bien, él lo sabía, para algo era su padre.
―La casa no se venderá, y punto – sentenció ella mientras echaba hacia atrás con fuerza el freno de mano del coche.
―La casa te juro que se va a vender, yo por lo pronto hoy duermo en casa de mi madre cuando nos vayamos de aquí.
―Haz lo que te parezca, igualmente ya no te soporto más.
Adrián
Hoy los he vuelto a escuchar discutiendo mientras salían a cenar a casa de esos amigos suyos, que tienen un niño de mi edad que es medio lerdo. Es medio lerdo o lerdo del todo, como sus padres. Menos mal que no me han dicho de ir con ellos, casi que prefiero quedarme aquí. Es flipante que me sigan llamando “el niño” cuando tengo ya quince años joder. El niño. El niño fuma porros en el ático de esta casa, de esta casa de mierda en la que parece que estamos obligados vivir. Papá lleva razón, deberíamos venderla. Al principio estaba bien, con todas las reformas que le hicimos, dejo de tener aspecto de casa vieja y cada uno se ganó su espacio, pero ahora, ahora es distinto. No sé, me siento raro aquí. Y luego están las imágenes, las cosas que he visto, porque he visto esas cosas, no me las he inventado, juro que no es la marihuana que me han pasado. He visto sombras, he escuchado como me llamaban en mitad de la noche y luego no era nadie. He sentido un escalofrío, pero mi madre no me cree, mi madre se cree que soy “el niño”, que todavía bebe leche y come galletas para dormir. Y mi padre. Mi padre ha perdido todo el pelo de la cabeza desde que nos mudamos aquí, no duerme por la noche, lo sé, no tiene buena cara. Quizá haya visto las mismas cosas que yo, alomejor si y tampoco me lo dice. ¿El caso es que lo natural seria hablarlo no? En plan: “oye papa ¿sabes que he visto una imagen, así como rara al final de pasillo y que las paredes a veces parecen que se vuelven rugosas?” Pero no lo hablo no sé por qué. No sé qué pasa, pero cuando estamos los tres juntos soy incapaz de explicar lo que pasa, quizá a ellos les pase los mismo. Es como si me rodeara una especie de nube o como si estuviera dentro de un globo; es como si me hubiera fumado todos los porros del mundo y no supiera expresarme, pero no es así, no se me ocurriría presentarme fumado delante de mis padres, no quiero acabar escuchando un sermón de tres horas sobre lo peligrosas que son la drogas.
En verdad yo quiero irme de aquí. Ahora me han dejado solo y estoy aquí en el porche y no me atrevo a entrar. Se que cuando entre estarán ahí esperándome las sombras o las paredes con sus texturas extrañas. Y los ruidos. Porque yo he escuchado cosas, pero claro ¿cómo explicarlo?
Y el dinero, siempre están con el dinero y la casa sigue crujiendo, es la verdad, ahora mismo cruje, yo la siento, es como si soltase un lento sollozo. Es un lamento continuo.
No, no voy a entrar, hoy duermo aquí, me taparé con una toalla de la piscina, me estoy cagando del susto, me da igual helarme de frio, pero no voy a entrar. Casi parece que la estoy viendo, a la sombra del pasillo, que a veces parece una mujer, otras un niño agachado y otras …otras ni me atrevo a mirar.
Dormiré aquí, a fuera, a la intemperie, quizá aquí lo que sea que haya dentro de la casa no logre alcanzarme fuera. O sí.
La casa
Si, ya veo cómo va sucediendo todo según mi plan, aunque al principio no había ningún plan, he de reconocerlo, pero luego si hubo que hacerlo, hubo que sacar la artillería pesada, recurrir a los viejos trucos y a otros nuevos, porque la situación era insostenible.
Recuerdo cuando llegaron: un matrimonio normal, con un niño pequeño, todo correcto. Si seguían las normas, no habría de pasarles nada, pero no las siguieron, hicieron como todos, pensaron que yo era de su propiedad, pero no es así. Nunca es así, durante años todos los que han entrado aquí con ese pensamiento, han sido engullidos por la idea contraria. Yo soy la dueña. Estos son mis dominios, yo soy La Casa y La Casa tiene sus normas. No me ha importado que pinten, otras familias lo hicieron o que cambien algunas cosas, durante generaciones se han hecho reformas en las casas. Pero tirar los tabiques, arrancar los suelos, tratarme con esa violencia, eso no lo permitiré. No se puede entrar en un sito y actuar así, echando abajo las paredes de la memoria, el suelo que otros pisaron, dejándome solo como un mero cascaron. No, eso no. Entonces fue cuando decidí sacar el arsenal.
Comencé con el padre que es más débil. Lo he estado sometiendo a una tortura de ruidos y lamentos. Para eso he echado mano de los primeros habitantes que tuve allá por el año cincuenta y cuatro, los que se murieron de viejos aquí. O si, esos no me fallan nunca, sus lamentos, sus recuerdos de la guerra…música celestial para mis oídos. Así el hombre se ha ido volviendo loco poco a poco y ya no duerme por las noches.
Luego, el niño. El niño empezó viendo las sombras. Las sobras son las peores, porque no son fantasmas: son los recueros distorsionados de las personas que pasaron por aquí. Son los miedos, las frustraciones, los anhelos no alcanzados nunca. La gente teme a los fantasmas, pero no, lo que sale de la mente de los que ya no están, eso es lo terrorífico, porque los pensamientos no tienen formas y adoptan las que quieren, son libres en su errar por el mundo. Al principio no los veía, pero los niños, son tan inocentes que ya casi los ve todos los días, esas sombras, esos pensamientos, son más antiguos todavía que los lamentos y los ruidos. Son aterradores.
También he hecho crujir los cimientos, pero de una manera especial, solo para regocijo mío y tortura de ellos.
Y, por último: la mujer. La madre. Esa mujer. Nada le asusta, con ella he tenido que emplear el arma más dañina que tengo: he tenido que envenenar su mente como envenené a esa familia que se instaló aquí en el año ochenta y cinco y que acabaron matándose los unos a los otros sin saber por qué. Bueno yo si se por qué.
Pero ahí se me fue la mano y al final estuve a la venta demasiado tiempo. Y todos estos secretos que mis paredes esconden, si no salen de vez en cuando a la luz, pierden parte de su poder. También he conseguido que no hablen entre ellos, así no pueden consolarse y la locura los ha ido consumiendo.
Se creen que he acabado con ellos, pero no, no he terminado, al final me pondrán en venta y aunque ya no recuperaré los tabiques que quitaron, ni los suelos que arrancaron, ni las ventanas que cegaron, recuperaré mi soledad y estaré agusto con mis sombras y mis secretos.
Quizá alguno de los tres se quiera quedar conmigo para siempre. Me cae bien la mujer, tiene determinación y carácter, la veo capaz de, en un estado de enajenación hacerle algo al marido o al niño. Quizá me los quede a los tres. Si ¿porque no? Ellos me despojaron de mi esencia dejándome como un cascaron vacío, yo me quedaré con sus vidas a cambio.
Pero no, todavía recién estoy empezando a divertirme. Más adelante. Todavía me quedan algunos trucos bajo los cimentos.
Me pregunto por qué el niño duerme fuera, quizá alguien debiera ir a preguntárselo.
Alguien que perdió ambos ojos en un trágico accidente de jardinería en el año setenta y cinco.
Si, él sabrá que le sucede al niño, él sabrá hacerle entrar en razón, no es bueno dormir fuera.
Aquí dentro, en la casa se esta mucho mejor.