Escondidas entre el follaje de la ribera de la charca, permanecen las larvas que han conseguido pasar desapercibidas en su proceso de cambio a crisálidas; es un periodo importante en su vida para llegar a mariposas adultas.
Comienzan su vuelo, despegan sus alas de vistosos colores, se saben hermosas y no tienen tiempo que perder. Se desplazan sobre el agua deteniéndose en las florecillas que encuentran en la cercanía de la charca. Es una radiante mañana de primavera.
Al mismo tiempo, en el fondo del charco, centenares de ninfas comen larvas y todo tipo de insectos, otras, en los juncos del centro, intentan desprenderse de su viejo envoltorio y empezar a respirar la brisa, mientras sus alas terminan de formarse para levantar el vuelo. Son libélulas, pálidas de tanta agua, que estrenan alas y endurecen sus patas para vivir en el medio terrestre; pasan desapercibidas. De tanto tiempo sumergidas son transparentes. Pero sus ojos potentes y periféricos controlan todo su entorno.
Mariposas y libélulas se encuentran, comparten vuelo: hay misterio, hay confusión, se miran, se huelen, todas saben de su efímera existencia, se abrazan al viento, nada las detiene.
Las mariposas liban en las flores, aletean, presumen de colores, les llegan olores, levantan el vuelo.
Las libélulas, se afanan en cazar insectos cerca del agua, camufladas, abrazándose a la brisa primaveral en busca de insectos y afianzarse en las alturas, sus ansias de vuelo las hace fuertes lejos del agua.
Es al paso de los días cuando terminarán, poco a poco, por chocar contra las rejas del tiempo: las mariposas se retirarán ya inertes en cualquier pétalo de rosa, o en manos de cualquier coleccionista; las libélulas, para descansar ya, en el lecho de la charca que le dio cobijo durante tanto tiempo, tal vez comidas por otras libélulas ansiosas de vida.