Hoy tampoco quiere salir a jugar con sus amigos. David vuelve a pedir a su madre que les diga que ha ido a pasar unos días con sus abuelos. La madre, indolente, accede. Hace tiempo que no discute, no protesta, casi no habla. Sólo quiere estar tranquila, no tener problemas.
El niño evita a sus compañeros porque le incomodan sus preguntas y sus risas. Cuando no quiere nadar o jugar a baloncesto, le llaman cobarde, incluso nenaza. Eso le hiere en lo más profundo. Él también se lo llama a veces, en los peores días, cuando deja de soñar que es Batman y que, con sus poderosos artilugios, acude en su propio rescate.
David ha dejado de mirar a su madre con ojos suplicantes. Ya no le pide su protección. «Cada palo que aguante su vela», le dijo ella un día.
Hace ya un mes que su hermano mayor se fue de casa. No se habla de él. Como si nunca hubiera existido. David se pregunta dónde estará, dónde come, dónde duerme, si va al colegio, si tiene amigos, si se divierte. Lo envidia. Envidia su valentía. Otras veces se enfada, porque su hermano se fue sin despedirse de él, sin darle opción a que le rogara que le permitiese acompañarlo. Se siente empequeñecido, impotente, cobarde, nenaza.
Un día caminó hasta la comisaría de Policía. Se detuvo delante de la puerta. Miró. Giró sobre sus pasos y volvió a casa.
Cada mañana, cuando se levanta, se mira al espejo y decide si irá al colegio o hará pellas. Los días que va, se sienta al final del aula y no se quita la sudadera ni la gorra. Luego, cuando finaliza la clase, sale el primero, a toda prisa. No quiere que el profesor tenga la oportunidad de acercarse para hacerle preguntas, como ya sucedió en alguna ocasión. Si no asiste, va al puerto, se sienta en el malecón y pasa el rato mirando a los pescadores, las barcas, algún surfista o las nubes. Le gusta imaginar de qué tienen forma las nubes. A veces, alguna tiene forma de persona, incluso se acerca para hablar con él. Vuelve a su casa a la hora acostumbrada y prepara un justificante para el colegio que firma él mismo.
Cuando entra en el piso, siempre mira el perchero que hay detrás de la puerta, y entonces sabe si debe ir a la cocina o a su habitación. David teme por su hermano pequeño. De momento no se entera de nada, pero dentro de tres años tendrá la edad que él mismo tiene ahora. Piensa que él no hará como su hermano mayor. Se quedará para protegerlo.